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Historia real: Te comparto cómo Mérida cambió mi calidad de vida

¿Puede un cambio de ciudad transformar tu vida? Es lo mismo que Claudia y yo
nos preguntábamos hace dos años. Ambos somos originarios de la Ciudad de
México. Ahí crecimos, ahí estudiamos; fue ahí donde nos conocimos y donde
nació nuestro hijo, Pablo.

Ninguno de nosotros conocía otra forma de vida, aunque sí soñábamos con una. La vida en la Ciudad de México se había vuelto agotadora. Los primeros años de casados todo parecía fluir. No importaba el cansancio, siempre encontrábamos algo de tiempo para relajarnos, pasar un buen rato juntos o con los amigos. Pero la situación se complicó con la llegada de Pablo. O tal vez, debo decir que gracias a Pablo fue que supimos que teníamos que buscar algo distinto. Una nueva forma de vida, otro ritmo.

Aunque Claudia y yo estábamos acostumbrados a las distancias y al tráfico de la ciudad, no soportábamos tener que dejar a Pablo durante tantas horas. Con un trabajo de 9 a 6, uno de los dos llevaba diariamente al niño a la guardería a las 7 de la mañana, sólo para recogerlo a las 7 de la noche. Los dos sentíamos que nos estábamos perdiendo de mucho. Parecía que habíamos tenido un hijo al que solamente le dábamos la cena y veíamos dormir. ¿De verdad eso era todo?

Fue entonces que empezamos a buscar opciones para mudarnos. Venir a Mérida no fue una decisión sencilla. Estábamos llenos de dudas; la idea de dejar todo lo que conocíamos nos asustaba y al mismo tiempo nos atraía.

¿Encontraríamos un trabajo? ¿Amigos? ¿Pablo estaría feliz? ¿Nuestro presupuesto sería suficiente para comprar la casa que queríamos? Al comenzar a revisar las casas en venta en Mérida, nos dimos cuenta de que las opciones eran muchísimas. Nos sentíamos perdidos y agobiados. No conocíamos mucho de la ciudad; la habíamos visitado un par de veces y sólo sabíamos que era una ciudad segura y bonita. Eso había bastado para convencernos. Nos animaba también el darnos cuenta de que mientras en la Ciudad de México sólo habríamos podido aspirar a comprar un pequeño departamento, en Mérida teníamos la opción de hacernos de una casa completa con el mismo presupuesto.

Para hacer las cosas más fáciles, decidimos contactar a un asesor inmobiliario. Esa fue una de las mejores decisiones. Él nos orientó respecto a los tipos de casa en la ciudad, las mejores zonas y los financiamientos que podíamos obtener. Fue gracias a ellos que pudimos encontrar la casa perfecta para nosotros: una casa de dos pisos dentro de un fraccionamiento con áreas verdes, parque de juegos y alberca. La cara de Pablo al conocer su nueva casa es algo que nunca voy a olvidar. Acostumbrado al pequeño espacio de nuestro departamento en la Ciudad de México, nos miraba entre sorprendido e incrédulo.

Con esto que cuento no quiero decir que cambiar de ciudad haya sido fácil. Es un proceso que cada quien vive a distinto ritmo. Sin embargo, sí creo que el haber elegido Mérida ha hecho todo mucho más sencillo de lo que hubiera sido si hubiésemos pensado en otra ciudad. El crecimiento económico de Mérida y que sea un lugar seguro, hacen que en la ciudad cada vez haya más oportunidades para los recién llegados. Contrario a lo que pensamos, a los pocos meses encontramos trabajo; poco a poco hemos ido haciéndonos de un lugar. En el fraccionamiento, encontramos a otras parejas que disfrutaban de lo mismo que nosotros. Volvimos a crear lazos, a hacer comunidad, amigos que casi se han convertido en familia.

Mérida es una ciudad que, a Claudia y a mí, nos ha permitido volver a darle un lugar primordial a nuestro tiempo juntos. Los horarios de trabajo y las cortas distancias nos permiten dedicar la mayoría de las tardes a jugar con Pablo, salir a algún sitio, hacer cosas de casa o, simplemente, descansar.

Ahora, después de dos años, puedo decir que nuestras dudas dieron lugar a muchas certezas. Por una parte, la seguridad de haber tomado la mejor decisión; por otra, la confianza en que Pablo está creciendo tranquilo en un entorno seguro y, lo mejor, con nosotros acompañándolo. Para mí, eso es calidad de vida.

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